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Dos abuelos enamorados

Marzo 06, 2019 891

- Hola, ¿cómo estás?

- Yo bien, un poco intrigado, porque hoy es la cuarta vez que nos vemos y desde la vez anterior, no he dejado de pensar en vos. Todo el día, en mi casa, en el negocio, la calle, no hay nada que me distraiga. Cierro los ojos y veo tu figura hermosa, tu pelo suave, tu cuerpo, tus ojos luminosos, tu boca que fue hecha solo para dar besos. No se porque no te puedo “sacar” de mi mente. Tal vez porque me dijiste algo que me gustó, o porque me tomas de la mano con mucha delicadeza. Trato de pensar en otras cosas y todo me remite a vos. Tengo ganas de verte todos los días, estar mas cerca, de hacer cosas juntos. Creo que soy un obsesivo.

- Bueno no es para tanto, simplemente te sentís cómodo a mi lado.

- O tal vez estoy enamorado.

- Puede ser. No nos apresuremos. Sigamos saliendo y veremos qué pasa. No olvidemos que no tenemos 25 años. Tenemos más del doble y no es lo mismo que cuando sos joven y podés soñar con hacer lo que quieras. Pero sin miedo sigamos viéndonos, sin apuro nos conoceremos y si todo sigue igual seremos una pareja feliz.

Y se siguieron viendo, y el amor fue creciendo y consolidándose. Se veían en la casa de ella, a veces en la casa de él. o bien se reunían en lo de los hijos. Salían a pasear por distintos lugares de la ciudad. Con los años aparecieron los dolores físicos propios de la edad y las salidas se espaciaron, se hicieron muy esporádicas. No obstante, estuvieron juntos hasta los últimos días, Murieron con meses de diferencia.

Esta es una historia de amor casi perfecta, si no fuese que la última parte no es la verdadera. La modifiqué como creo que hubiese sido mejor a lo que en realidad fue.

Efectivamente sentían mucho amor. Pero los dos formaban parte de una hermosa familia con hijos y nietos, entonces todo fue muy distinto.

El tenía tres hijos y cinco nietos. Ella dos hijos y seis nietos. Los padres trabajaban y los hijos iban ocho horas a la guardería, jardín o escuela. Era suficiente que alguno de los once nietos tuviese unas líneas de fiebre, estuviese resfriado, con mocos o algún síntoma leve parecido, para que los padres se lo llevaran al abuelo/a para que los cuidara. Algo similar ocurría si algún hijo tenía algún malestar y no podía ir a trabajar, en este caso el abuelo/a se trasladaba a la casa de ellos. En resumen, si se podían ver una o dos veces por semana era mucho. Cuando a estos requerimientos de los hijos y nietos se agregaron los malestares físicos propios, se hablaban por teléfono o se mandaban mensajitos.

Y así terminó la historia, con el corazón un poco en “cada lado”. Siempre primó la familia propia y lo de ellos muy pronto se fue diluyendo en el tiempo hasta quedar reducido a un hermoso recuerdo.

Como hubiese dicho mi madre: “Cada cosa en su justo momento”

Arq. Eduardo Cavallaro